Las prisas, el trabajo, los cambios a nivel profesional o personal, las aglomeraciones y, sí, el tráfico. Todos son elementos que acaban por generar un gran estrés. Un estado de alteración que, por desgracia, es cada vez más frecuente en nuestras vidas (y motivo de más de una visita a talleres).
No es algo para tomarse a la ligera; el estrés es peligroso siempre. Y este “siempre” también incluye el tiempo en el que estás al volante. Porque la relación entre conducción y estrés es, además, bidireccional:
- El estrés que sufres por tus circunstancias personales influye en tu forma de conducir, incidiendo directamente sobre la probabilidad de sufrir y/o provocar un accidente.
- El propio tráfico, con los atascos a la cabeza, generan a su vez más estrés.
La mítica “pescadilla que se muerde la cola”.