El cambio climático ha adelantado la polinización de varias especies y ya no hay que esperar a la primavera para que muchos empecemos a notar los típicos síntomas de la alergia: picazón de ojos, nariz, reacciones en la piel… No es ya nada extraño que hoy en día dichos síntomas se reproduzcan a principios del mes de marzo o incluso febrero, cuando lo normal desde hace décadas era que comenzaran a finales de abril
El aumento y expansión de la industria y del tráfico, sobre todo en las grandes ciudades, ha permitido un fenómeno poco alentador para los alérgicos: las partículas diésel multiplican por 27 la capacidad de los pólenes, ya que contaminan los granos de polen.
Pongamos ejemplos y cifras sobre la mesa: el plátano sombrío es la especie con más incidencia en las grandes ciudades. Solo Madrid cuenta con más de 50.000 ejemplares, y el polen de esta especie se presenta como el polen causante del 28% de las crisis de asma y la rinoconjuntivitis, según datos del Comité de Aerobiología. Si a ello le aplicamos el efecto de las partículas diésel, el resultado para los alérgicos es terrible.
Y los casos van en aumento, porque la concentración del polen en el aire es cada vez mayor. Y a mayor concentración, más posibilidad de que un ciudadano desarrolle alergias que no tenía antes.
Aunque no está considerada como una enfermedad grave y no pone en riesgo nuestra vida, el desarrollo de este tipo de alergias tiene dos características con una gran relevancia socioeconómica: su alto predominio y la disminución en la calidad de vida de quienes la padecen.

